Echeide o Echeyde es el
nombre que daban los aborígenes guanches al Teide. Según transmitieron la
mayoría de los cronistas, los guanches concebían a la montaña como el lugar que
albergaba las fuerzas del mal, principalmente la figura maligna de Guayota. Incluso
otros autores más recientes afirman que el Teide sería para los antiguos canarios
una especie de Axis Mundi. Los numerosos "escondrijos" hallados en la
montaña con restos arqueológicos de instrumentos líticos y cerámicos han sido
interpretados como depósitos rituales para contrarrestar la influencia de los
genios maléficos, práctica recogida también en la Cabilia argelina.
Además, la relevancia e
importancia que ha tenido y tiene el volcán radica en que incluso el nombre de
la isla se debe al propio Teide. En la antigüedad los romanos denominaban a la
isla Nivaria, por la nieve del volcán y, el nombre actual de la isla también
guarda relación con el volcán, ya que fue puesto por los benahoaritas
(aborígenes de La Palma) y su significado es "monte claro"
Medición de la altitud
Los marinos y viajeros que
navegaron por las islas entre los siglos XV y XVIII, y que podían ver el pico
desde 40 leguas, extendieron en Europa la idea de que podría ser la montaña más
alta del mundo conocido. En aquellos tiempos la curiosidad no bastaba para
organizar una costosa expedición que desvelara su altitud, sin embargo durante
el siglo XVIII, por motivos políticos y cartográficos, Francia organizó varias
expediciones científicas a Canarias que culminaron con la determinación de la
altitud del Teide y la confección del primer mapa preciso de Canarias.
Historia
A lo largo de los siglos el
Teide ha sido mencionado y admirado por diversas culturas y en diferentes
épocas como elemento centralizador y simbólico de la isla de Tenerife y del
resto del archipiélago.
Época y mitología guanche
El Teide era un volcán
considerado sagrado desde la antigüedad y que tenía reminiscencias mitológicas,
como el monte Olimpo en Grecia. Para los aborígenes guanches este volcán era
sagrado y recibía el nombre de «Echeyde» que, después de una castellanización,
derivó en el nombre actual, que significaba «infierno».
Según sus creencias en él
vivía Guayota, el demonio del mal. Según la leyenda, Guayota secuestró al dios
Magec (dios de la luz y el sol), y lo llevó consigo al interior del Teide,
sumiendo a todo el mundo en la oscuridad. Los guanches pidieron clemencia a
Achamán, su dios supremo. Tras una encarnizada lucha, Achamán consiguió
derrotar a Guayota, sacar a Magec de las entrañas de Echeyde y taponar el
cráter con Guayota en su interior. Dicen que el tapón que puso Achamán es el
llamado Pan de Azúcar, el último cono, de color blanquecino, que corona el
Teide.
El Teide se recubrió de un
carácter demoníaco en la cosmogonía guanche no solo de la isla de Tenerife,
sino del resto del archipiélago. Según el actual escritor Antonio Tejera
Gaspar, existen determinadas manifestaciones religiosas en La Gomera, El Hierro,
La Palma y Gran Canaria que tienen como referencia al Teide. Por otro lado,
algunos de los grabados rupestres conocidos como podomorfos (con forma de pies
humanos) hallados en la montaña de Tindaya en la isla de Fuerteventura, están
orientados hacia el Teide.
A pesar de las diversas
leyendas y supersticiones, los aborígenes guanches convivieron con el Teide y
se convirtió en parte inseparable y fundamental de su cultura. El demonio
Guayota comparte rasgos similares a otras deidades malignas habitantes de
volcanes, tal es el caso de la diosa Pelé de la Mitología hawaiana, que vivía
en el volcán Kīlauea y que era considerada por los nativos hawaianos como la
responsable de las erupciones del volcán.
Antigüedad clásica
Puesto que las islas eran conocidas
desde la antigüedad, el Teide despertó una viva fascinación en el mundo
clásico. El escritor e historiador español José de Viera y Clavijo afirmaba que
ciertas descripciones de algunos autores clásicos constituían referencias
explícitas al Teide. Pone como ejemplo dos relatos del historiador griego
Heródoto: «...El Atlante es descollado y como figura cilíndrica. Se afirma que
es tan alto que no se puede ver su cumbre por estar cubierto siempre de nubes
en el invierno y en el verano, y sus habitantes le llaman la Columna del
Cielo...» El otro relato de Heródoto dice así; «...Hay en aquellos mares un
monte llamado Atlante, el cual es alto, rotundo y tan eminente, que no se puede
divisar bien su cumbre...» El legendario héroe griego Ulises, navegando hacia
el sur, avista «un monte oscuro por la distancia, tan alto como no había visto
nunca otro», esta es otra de las referencias que muchos investigadores
atribuyen al Teide.
Plinio el Viejo, escritor
romano que vivió entre los años 24 y 79 del siglo I, en su obra Naturalis
Historia menciona la nieve que vieron los enviados del rey Juba II a las islas:
«...Ninguaria recubierta de nubes que recibió este nombre por sus nieves
perpetuas...»
En el siglo I d. C. el astrónomo,
matemático y geógrafo de Alejandría Claudio Ptolomeo escribió Geografía, obra
en la que sitúa el meridiano en el extremo occidental del mundo conocido
(Canarias). Dicha obra sería decisiva para los primeros navegantes portugueses
y castellanos hacia el sur. Sin embargo, ese primer contacto estaba lleno de
recelos, en consonancia con el terror y la superstición que se tenía de las
montañas en aquella época.
Durante el Renacimiento
muchos historiadores y aventureros comienzan a identificar y relacionar a las
islas atlánticas con los restos de la Atlántida y al Teide con el monte Atlas.
Fray Bartolomé de las Casas fue el primero en relacionar las Islas Canarias con
los restos de la isla de Atlantis descrita por Platón en sus diálogos Timeo y
Critias.
También el propio José de
Viera y Clavijo se inclinaba por esta posibilidad escribiendo: «...Las Canarias
fueron en otro tiempo una península del África; que por efectos de diluvio de
Noé se formó de esta península la famosa Atlántida de Platón; que, destruida
después la Atlántida, sólo quedaron la eminencias de sus montes más elevados
que son nuestras islas...»
Pero quién más contribuyó a
identificar al Archipiélago Canario con el continente sumergido, y al Teide con
el monte Atlas, sería un escritor catalán, Jacinto Verdaguer, en su gran poema
épico La Atlántida (1877).
Edad Media
Durante la Baja Edad Media
los primeros europeos comienzan la penetración marítima en el océano Atlántico,
durante este tiempo el Teide fue la primera señal que les ayudó a navegar por
el océano. Se sabe que un profundo temor se apoderó de los viajeros italianos
llamados Angelino Corbizzi y Niccoloso da Recco en 1341 cuando al dar la vuelta
a la isla de Tenerife y al observar que veían por todas partes el Teide dominando
el paisaje no se atrevieron a desembarcar por el temor que les producía. El
texto de los dos italianos fue redactado por otra de las figuras más grandes de
la literatura renacentista universal, Giovanni Boccaccio.
El texto en cuestión dice
así: "...También encontraron otra isla en la que no quisieron desembarcar
porque en ella ocurría cierta maravilla. Dicen que allí existe un monte que,
según sus cálculos, tiene treinta millas, o aún más, de altura, que se ve desde
muy lejos y en cuya cima se divisa cierta blancura. [...] Dieron la vuelta a la
isla y por toda parte observaron lo mismo por lo que consideraron que estaban
en presencia de un encantamiento y no tuvieron valor de descender a
tierra..."
Un navegante veneciano al
servicio de la Corona Portuguesa, llamado Alvise Cadamosto nos aporta un relato
más realista de Tenerife y del Teide en 1445: "...Debo hacer mención
especial de Tenerife, que es la más poblada y una de las islas más altas del
mundo, pues con un tiempo claro se la divisa de una enorme distancia; y
marineros dignos de fe aseguran haberla visto, en su opinión, desde sesenta y
setenta millas españolas, pues en medio de ella hay un pico, en forma de
diamante, que es altísimo y que arde continuamente..."
El Almirante Cristóbal Colón
durante su travesía por Canarias la noche del 24 de agosto de 1492, antes de
partir hacia América, escribió en su cuaderno de bitácora: "...El
Almirante resolvió a 23 de agosto volver con sus dos barcos a Gran Canaria. Zarpó
al día siguiente y pasó aquella noche cerca de Tenerife, de cuya cumbre, que es
altísima, se veían salir grandísimas llamaradas de lo que maravillándose su
gente les dio a entender el fundamento y la causa de tal fuego, aduciendo al
respecto el ejemplo del monte Etna en Sicilia, y de otros muchos montes, donde
se veía lo mismo...".
Las técnicas del Carbono 14,
una cartografía geológica y un análisis de los textos históricos han demostrado
que la referencia del almirante corresponde a la erupción del volcán de Boca
Cangrejo, siendo ésta la quinta erupción histórica de Tenerife.
Renacimiento
Existen varias referencias
explícitas o implícitas al Teide durante el Renacimiento y la época de la
conquista de Canarias. Dante Alighieri en el canto XXVI del Infierno de su
Divina Comedia, describe el Purgatorio como un montaña escalonada por cornisas
que rodean todo el monte, y en la meseta que lo corona se encuentra el paraíso
terrenal: "...una montagna, bruna per la distanza, e parve mi alta tanto quanto
veduta non avea alcuna..." (vers. 133-135). La mayoría de los
investigadores creen que Dante tomó como referencia la imagen del Teide para
situar el Purgatorio.
El religioso fray Alonso de
Espinosa escribe: "...A la cual [Tenerife] los antiguos llamaron Nivaria
por un alto monte que en medio de ella está, llamado Teide, que por su gran
altura casi todo el año tiene nieve. Vese este pico de Teide de más de sesenta
leguas a la mar, y desde él se divisan todas las demás islas..." Este
autor es el que nos trasmite la creencia guanche de situar al demonio en el
Teide: "...Con todo esto conocían haber infierno, y tenían para sí que
estaba el pico de Teide, y así llamaban al infierno Echeyde, y al demonio
Guayota..." Esa misma referencia se encuentra posteriormente en el texto
de Juan de Abreu Galindo de 1632: "...A esta isla de Tenerife llaman
algunos la isla del infierno, porque hubo en ella muchos fuegos de piedra de
azufre, y por el pico de Teide, que echa mucho fuego de si..."
Girolamo Benzoni en su "Historia
del Nuevo Mundo" señala: "...en Tenerife hay una montaña, llamada
Pico de Teide, que está casi todo el año cubierta de nieve, y que constituye la
primera señal que los mercaderes ven cuando van a estas islas..."
Pero la primera reseña
directa que tenemos del Teide la aporta el mercader inglés Thomas Nichols, que
arribó a Tenerife como factor en el comercio del azúcar y publicó en 1583 un
libro de viajes en el que incluye una "Descripción de las Islas
Afortunadas": "...Esta isla tiene 17 leguas de largo, y la tierra es
alta, de igual forma que la cumbre de los terrenos de cultivos en ciertas
partes de Inglaterra; en medio de esta región se halla una montaña redonda
llamada Pico de Teide, situada de este modo: La cumbre del Pico hasta lo alto
en línea recta 15 leguas y más, que son 45 millas inglesas; de ella salen a
menudo fuego y cenizas, y puede tener media milla de circuito. Dicha cumbre
tiene la forma o un aspecto de un caldero. En dos millas alrededor de la cumbre
sólo se hallan cenizas y piedra pómez; y por debajo de estas dos millas está la
zona fría, cubierta de nieve todo el año..."
George Fernner, un viajero
inglés que salió el 10 de diciembre de 1566 del puerto de Plymouth rumbo a
Guinea y a las Islas de Cabo Verde y que visitó Tenerife el día 28 del mismo
mes se refirió a la montaña diciendo: "...Nadie había subido hasta su
cima..." Por su imponente altitud se empieza a considerar a la montaña
durante los primeros años de la navegación atlántica hacia el sur (XV-XVII)
como la montaña más alta del mundo. Es en esta época cuando los descubrimientos
de nuevas tierras empezaban a ser cartografiados, destacando las cadenas
montañosas. En este momento es cuando el Teide comienza a ser representado,
aunque los cartógrafos se basaban generalmente en relatos de los marineros y
comerciantes a su regreso de sus travesías. Esta razón de mitificación del
volcán motivó que el Teide fuese considerado durante esta época como la montaña
más alta del mundo, probablemente esta consideración se originó en la
iconografía renacentista y barroca en una forma de representación muy singular,
como "una montaña picuda en forma de diamante que está siempre
ardiendo".
Esta forma de representar al
Teide como una roca elevada fue bastante difundida en los siglos XVI y XVII, y
figuró como grabado en la ilustración de algunos de los libros de viajes y
geografía más populares de la época, como en el de John Ogilby, África (1670) o
el de Oliver Dapper, Nueva descripción de las islas de África (1676), a quién
se le atribuye la autoría de uno de los varios modelos que circularon por
Holanda, Inglaterra e Italia.
El ingeniero cremonés
Leonardo Torriani en su manuscrito del siglo XVI "Descripción de las Islas
Canarias" asegura; "...este famosísimo Pico es célebre por su
grandísima altura, que decriben los marineros de 440 millas en el mar, que son
70 leguas en España; por lo cual se cree que no cede ni al Ararat, ni al
Líbano, al Atos y al Olimpo, sino que a todos los rebasa..."
El clérigo y poeta inglés John Donne en su poema "The First Anniversary, An Anatomy of the World" (1611) dijo del Teide; "...se encuentra tan alto que quizás la Luna viajera podría chocar..."
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A Torriani le debemos la
primera cartografía individualizada de las islas y una gran cantidad de
gráficos y dibujos que han convertido su obra en un pilar fundamental de la
historiografía canaria. En su narración de su ascenso al Teide se refleja su
preocupación por comprender el volcán. Al igual que Thomas Nichols inicia su
descripción de Tenerife por el Teide: "...En aquella altura es excesiva la
humedad, que apremia de tal modo la cabeza, que considero (por aquello que yo
mismo experimenté), que nadie podría vivir allí veinticuatro horas. El pan
fresco y otros alimentos que se suben arriba, en el acto se ponen tan duros
como piedras; y he visto algunos campesinos que, para poderlos comer, ponían el
pan para ablandarlo, en los agujeros del fuego, que son en número infinito en
aquella llanura, y también en la parte de fuera, en dirección del Levante. En
esta altura la tierra es pastosa y blanda, y de tal naturaleza que, sin darse
uno cuenta, enciende los trajes, si se le acerca demasiado; y en las partes más
secas, teniendo un poco la mano allí, sale agua clara y caliente. Encima hay
vientos muy fuertes y muy secos, sin ninguna humedad durante el mes de junio;
de lo cual inferí que está en la parte más alta de la primera región del aire,
donde las exhalaciones secas andan dando vuelta..."
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