lunes, 21 de diciembre de 2015

Aspa de Borgoña



Escudo de armas del rey Juan Carlos I de España con la Cruz de Borgoña de fondo.
Este emblema ha sido incluido en los escudos de armas y en las banderas de España, tanto de tierra como de mar, desde 1506, época de su introducción con la Guardia Borgoñona de Felipe el Hermoso, hasta Juan Carlos I. La Cruz de Borgoña desapareció del Escudo de Armas del Rey de España en el reinado de Felipe VI y de su estandarte.



La Cruz de Borgoña o Aspa de Borgoña es una representación de la Cruz de San Andrés en la que los troncos que forman la cruz aparecen con sus nudos en los lugares donde se cortaron las ramas. Por ser San Andrés el patrón de Borgoña, la Cruz de Borgoña era el emblema utilizado por las tropas de Juan Sin Miedo en la guerra de los Cien Años. Tras casarse María de Borgoña con Maximiliano I de Habsburgo, su primogénito, Felipe I de Castilla, ostentaba la Cruz o Aspa de Borgoña en los uniformes y banderas de su séquito, por lo que pasó a ser el emblema por antonomasia de la nueva nación, España, que heredó su hijo, Carlos I de España, fruto del matrimonio de Felipe con Juana I de Castilla.


También es el origen del símbolo distintivo que marca las colas de los aviones del Ejército del Aire de España. Varios historiadores aeronáuticos indican que la primera vez que se pintó la Cruz de Borgoña sobre un aeroplano fue a principios de la Guerra Civil Española por orden del general Franco sobre un fondo blanco, al tiempo que hizo desaparecer la bandera tricolor de la II República, el 8 de agosto de 1936.
Bandera del Tercio de Ambrosio Spínola hacia 1621.

Como símbolo vexilológico, ha sido el más utilizado hasta 1785 en las banderas españolas.
En tierra, esta bandera, blanca con la cruz de Borgoña en rojo, ondeó quizá por primera vez como insignia española en la batalla de Pavía en 1525 (aunque las aspas rojas eran lisas, sin nudos, y el ejército de Carlos I era más bien hispano-germano), y es la más característica de las utilizadas por los tercios españoles y regimientos de infantería de la Monarquía hispánica durante los siglos XVI, XVII, XVIII y comienzos del XIX.

Desde Carlos I, cada compañía tiene su propia bandera, en la que la cruz figuraba sobre fondos de muy diversa forma y colorido (en los que a veces se incluían jeroglíficos o motivos heráldicos del oficial al mando). Al acceder al trono Felipe II, ordenó que, además de las banderas de cada compañía, cada tercio llevase otra en cabeza de color amarillo con las aspas de Borgoña en rojo. A pesar de esta variedad, el color blanco fue el más utilizado como paño de fondo, sobre todo en las banderas coronelas. A este respecto, un decreto de Felipe V dado a 28 de febrero de 1707 decía:

Y es mi voluntad que cada cuerpo traiga una bandera coronela blanca con la cruz de Borgoña, según estilo de mis tropas, a que he mandado añadir dos castillos y dos leones, repartidos en cuatro blancos, y cuatro coronas que cierran las puntas de las aspas.
 
Figura heráldica de la Cruz de Borgoña utilizada en blasones de algunos Duques de Borgoña.
Posteriormente a 1785, la versión de aspa roja sobre fondo blanco sería también la bandera adoptada por el movimiento carlista en 1935. En la guerra carlista de 1833-1840, la borgoñona aún seguía siendo la bandera del Ejército, o sea, de las fuerzas regulares liberales (el Ejército no adoptó la rojigualda hasta 1843), no siendo empleada por las tropas del bando carlista. Después de la citada unificación de banderas en 1843, surgió un estandarte militar híbrido con una pequeña aspa borgoñona en la franja amarilla central de la rojigualda, normalmente debajo de un escudo redondo con los cuarteles de Castilla y León. Hacia 1923 dichas aspas borgoñonas de las rojigualdas del Ejército empezaron a ganar en tamaño, superponiéndose a las franjas rojas superior e inferior (lo cual obligó a recurrir a diferentes matices de rojo).
Pabellón mercante español utilizado en Flandes.

Aunque algunas unidades carlistas sí llegaron a utilizar el aspa en la Primera Guerra Carlista de 1833 -cuando era sólo un distintivo de las enseñas de infantería, artillería e ingenieros, sin connotaciones ideológicas aún-, y en la Tercera Guerra Carlista de 1872 probablemente el sotuer borgoñón sólo lo usaron las fuerzas gubernamentales, normalmente en la franja amarilla de las rojigualdas, aunque algunas unidades mantuvieron sus banderas del modelo anterior a la unificación de 1843 (la artillería y el regimiento "Inmemorial del Rey", que en época de la I República, 1873-1874, se quedó en "Inmemorial" a secas). El aspa borgoñona como emblema político propio carlista es tardía: fue el 24 de abril de 1935,4 en época de Manuel Fal Conde, coincidiendo con la reorganización del Requeté, por aquel entonces un grupo paramilitar clandestino, siendo utilizado posteriormente por regimientos tradicionalistas y requetés carlistas durante la Guerra Civil Española dentro del bando nacional.
En alta mar, las banderas con las aspas de Borgoña han sido empleadas como torrotito y como pabellones de la Armada y de la Marina mercante.

Bandera de Florida

También fue el "estandarte vicerreinal" en los vicerreinatos de Nueva España.
Durante la guerra de la independencia hispanoamericana, los patriotas ecuatorianos de la Primera Junta de Gobierno Autónoma de Quito usaron una bandera roja con la cruz de Borgoña pintada en blanco, para indicar su oposición a la monarquía española. Esta bandera es conocida como "bandera del diez de agosto de 1809".

Hoy día muchas banderas americanas recuerdan en su diseño la Cruz de Borgoña y su pasado español, como por ejemplo la bandera del departamento de Chuquisaca en Bolivia, o las de los estados estadounidenses de Florida y Alabama. La bandera ondea sobre el castillo San Felipe del Morro y el fuerte San Cristóbal en San Juan, Puerto Rico.
Regimiento fijo de Orán.


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lunes, 14 de diciembre de 2015

Camino Español

El llamado «Camino Español» fue una ruta terrestre creada por Felipe II para conseguir llevar dinero y tropas españolas a la Guerra en los Países Bajos.
«El Camino Español», de Augusto Ferrer-Dalmau
A causa de la incomodidad del transporte marítimo, debido al mal tiempo que reinaba con frecuencia en esos mares, y de la enemistad de Inglaterra y Francia, que dominaban el Canal de la Mancha, el monarca español tuvo que abrir una ruta alternativa. Así, se abrió un corredor militar desde Milán hasta Bruselas, pasando por territorios seguros que o bien estaban bajo su poder o bien bajo su influencia.

La ruta fue utilizada por primera vez en 1567 por el duque de Alba en su viaje a los Países Bajos, y el último ejército español en circular por él lo hizo en 1622. La ruta principal comenzaba en el Milanesado, después de cruzar los Alpes por Saboya, pasaban el Franco Condado, Lorena, Luxemburgo, el Obispado de Lieja y Flandes hasta llegar a Bruselas.

Una segunda ruta comenzó a utilizarse después de 1622 (debido a la alianza del duque de Saboya con Francia). Esta ruta partía de Milán y pasaba por los valles suizos de Engadina y Valtelina hasta el Tirol. De ahí bordeaba el sur de Alemania, cruzaba el río Rin en Alsacia y llegaba a los Países bajos por Lorena.

La mayor parte del ejército de Flandes se desplazó utilizando el camino español, realizando una hazaña logística asombrosa para su tiempo.

Antecedentes

Al suceder Felipe II a Carlos I de España en 1556, los Países Bajos pasaron a depender de un monarca extranjero y quedaron sumisos a la política española. Las necesidades económicas de la monarquía llevaron a una subida de los impuestos que generó un malestar entre los nobles calvinistas. Desoídas las pretensiones de la nobleza local, comenzó en 1566 una rebelión contra la gobernadora Margarita de Parma. Felipe II envió al año siguiente un gran ejército al mando del Duque de Alba para poner fin a la revuelta. Los principales líderes rebeldes fueron ajusticiados, entre ellos el conde de Egmont. El Tribunal de los tumultos ejerció una severa represión que condenó a cerca de un millar de personas debido a la ola de violencia e iconoclasia que desencadenaron los calvinistas sobre la población católica. La revuelta no pudo darse por terminada, pues Guillermo de Orange se puso al frente de la rebelión y, dos años después, entró en los Países Bajos con un ejército de mercenarios alemanes.
Las regiones del sur no secundaron esa nueva rebelión y siguieron leales al Duque de Alba, pero en las provincias del norte, la insurrección alcanzó grandes proporciones. El Duque de Alba acabó siendo destituido, ocupando su lugar Luis de Requesens, partidario de una menor represión, en 1574. Sin embargo, Guillermo de Orange había conseguido poder sobre Holanda y Zelanda. En 1576 Juan de Austria fue nombrado gobernador. Aceptó las reclamaciones de los calvinistas en el Edicto perpetuo y comenzó a replegar a su ejército. Pero con aquel gesto no cesó la oposición, y al año siguiente llegó un ejército mandado por Alejandro Farnesio, que derrotó a los rebeldes. Nombrado gobernador Farnesio tras la repentina muerte de Juan de Austria, la división entre el norte y el sur de acentuó. Las provincias calvinistas del Norte (Holanda, Frisia, Zelanda, Utrecht, Güeldres, Groninga y Overijssel) se asociaron en la Unión de Utrecht (1579), declarándose opuestas a la soberanía de Felipe II y declarando su independencia.

En un principio, las tropas para sofocar la insurrección se reclutaban en la parte leal a la corona, la zona de Bélgica, pero pronto hicieron falta muchos más soldados, debido al desgaste de los asedios. Se formaron levas en otros territorios de la monarquía de los Habsburgo para enviarlos a Flandes. Sin embargo, la situación geográfica de la región hacía difícil el traslado.
Duque de Alba

Viaje por mar o por tierra

El transporte de tropas podía realizarse de dos modos:

1.     Por mar: desde los puertos del norte de la Península hasta puertos flamencos del sur. Esta ruta era más peligrosa debido a que conllevaba atravesar el canal de la Mancha, en manos inglesas, arriesgándose las naves a ser atacadas por corsarios o por la Royal Navy. Además, los piratas hugonotes de la Rochelle, aliados con los rebeldes flamencos por religión, también podían atacar la armada, habiendo, de hecho, realizado incursiones en el golfo de Vizcaya con una flota de 70 barcos. Esta ruta se mostró ineficaz, siendo derrotados los españoles cuando trataron de usarla.
2.     Por tierra: un camino más lento aunque mucho más eficaz, ya que permitió enviar tropas y dinero a Flandes durante casi un siglo, lo que supuso que Flandes siguiera leal a la corona española a pesar de la lejanía geográfica.

Expediciones registradas entre 1567 y 1593
Año
Mando
Hombres
Salida
Llegada
Días
1567
Alba
10.000
20/06
15/08
56
1573
Acuña
5.000
04/05
15/06
42
1578
Figueroa
5.000
22/02
27/03
32
1578
Serbelloni
3.000
02/06
22/07
50
1582
Paz
6.000
21/06
30/07
40
1582
Carduini
5.000
24/07
27/08
34
1584
Passi
5.000
26/04
18/06
54
1585
Bobadilla
2.000
18/06
29/08
42
1587
Zúñiga
3.000
13/09
01/11
49
1587
Queralt
2.000
07/10
07/12
60
1591
Toledo
3.000
01/08
26/09
57
1593
México
3.000
02/11
31/12
60




















Los soldados podían hacer a pie los 1000 km (620 millas) de Milán a Flandes con una media de 23 km (14 millas) al día. Aunque el transporte marítimo era mucho más rápido, capaz de cubrir unos 200 kilómetros (124 millas) al día (si el viento era propicio), la ruta por tierra era más segura y más corta, tanto si se salía de Barcelona (3950 km) como de Nápoles, dado que por mar había que dar toda la vuelta a la península ibérica y la prominencia de Brest en Francia, es decir, ambas se encontraban a unos 20 días (3950/200) de navegación de Flandes. La Corona española envió de esta manera más de 123.000 hombres entre 1567 y 1620, en comparación con sólo 17.600 por vía marítima.

 
Desde el año 1999 un buque de transporte ligero de la Armada Española, al servicio del Ejército de Tierra (numeral A-05) lleva el nombre de «El Camino Español».








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viernes, 11 de diciembre de 2015

Castillo de San Marcos de la Florida


"...Cuando los azabaches muros del castillo de San Marcos aparecen pegados al mar, los jóvenes no pueden más que asombrarse de tal magnífica obra de ingeniería. Sus cañones apuntan en todas direcciones desafiantes, y con sus ánimas orgullosas, defensora de la ciudad de San Agustín de La Florida. "

La llegada de los huidos a la ciudad de San Agustín   (1.723 Alcaraván) 

Es fácil dejarse llevar por la imaginación, y viajar hasta el siglo XVIII ante la impresionante estampa del castillo.
Durante su primer siglo de existencia, nueve fuertes de madera defendieron la posición. Tras el ataque del pirata inglés Robert Searle en 1668, se decidió edificar un castillo de piedra para proteger la ciudad. La construcción del Castillo de San Marcos empezó el 2 de octubre de 1672. El Castillo es una fortificación en estrella construida con coquina, una variedad de piedra caliza. Los trabajadores fueron traídos desde La Habana, Cuba. La coquina fue extraída de la isla Anastasia, al otro lado de la bahía, y llevada en barcos al sitio de construcción. En 1695, después de veintitrés años de arduo trabajo, la fortaleza quedó lista.

Magnífica obra de ingeniería 

En 1670, los ingleses fundaron Charles Town (en la actualidad, Charleston, Carolina del Sur) a solo dos días de navegación de San Agustín. En noviembre de 1702, fuerzas bajo el mando del gobernador de Carolina James Moore se dirigieron a conquistar la ciudad de San Agustín. Los 1200 residentes de San Agustín resistieron dos meses los ataques resguardados en el interior del castillo, junto a la guarnición de unos 300 soldados. La artillería inglesa no fue eficaz contra los muros del castillo, gracias a la coquina, que se demostró muy eficaz al absorber el impacto de las balas, y una flota procedente de La Habana obligó a los británicos a quemar sus barcos, para evitar que fueran capturados, y a retirarse por tierra. Antes de partir prendieron fuego a la ciudad, que resultó en gran parte destruida.

Vista panorámica del interior de los muros de la fortaleza

Después del sitio de 1702, el Castillo se reconstruyó bajo la dirección del ingeniero Pedro Ruiz de Olano. El interior se redistribuyó y las techumbres de madera se sustituyeron por bóvedas de piedra. Los muros se recrecieron dos metros.




En 1739 estalló la Guerra del Asiento. El general James Oglethorpe puso sitio de nuevo al castillo y bloqueó la desembocadura del Río Matanzas, confiando en poder rendirlo con un bombardeo continuo. Sin embargo, un pequeño navío español pudo evadir el bloqueo y dar aviso a La Habana, desde donde se enviaron suministros. A los 38 días los ingleses terminaron el asedio sin haber conseguido rendir el castillo. Para proteger el Castillo de San Marcos de futuros peligros y evitar el asedio por tierra, se vio la necesidad de proteger la entrada a San Agustín a través del río Matanzas. Para ello se mandó construir el Fuerte Matanzas, con lo que se previno futuras incursiones por tierra contra el fuerte de San Marcos.



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jueves, 10 de diciembre de 2015

El Teide en la historia.

Echeide o Echeyde es el nombre que daban los aborígenes guanches al Teide. Según transmitieron la mayoría de los cronistas, los guanches concebían a la montaña como el lugar que albergaba las fuerzas del mal, principalmente la figura maligna de Guayota. Incluso otros autores más recientes afirman que el Teide sería para los antiguos canarios una especie de Axis Mundi. Los numerosos "escondrijos" hallados en la montaña con restos arqueológicos de instrumentos líticos y cerámicos han sido interpretados como depósitos rituales para contrarrestar la influencia de los genios maléficos, práctica recogida también en la Cabilia argelina.
Además, la relevancia e importancia que ha tenido y tiene el volcán radica en que incluso el nombre de la isla se debe al propio Teide. En la antigüedad los romanos denominaban a la isla Nivaria, por la nieve del volcán y, el nombre actual de la isla también guarda relación con el volcán, ya que fue puesto por los benahoaritas (aborígenes de La Palma) y su significado es "monte claro"
En su viaje a Tenerife, el sacerdote y cartógrafo Louis Éconches Feuillée midió el Teide desde la playa del Puerto de la Cruz con un sólo triángulo, y obtuvo una altitud errónea de 4.313 m. Probablemente la base del triángulo no estuviera bien nivelada, además de ser demasiado pequeña. El informe que Feuillée realizó a su regreso nunca fue publicado completo y 1446 el diario La Caille publicaría un extracto del viaje añadiendo una fuerte crítica al método y a los datos de la medición.

Medición de la altitud
Los marinos y viajeros que navegaron por las islas entre los siglos XV y XVIII, y que podían ver el pico desde 40 leguas, extendieron en Europa la idea de que podría ser la montaña más alta del mundo conocido. En aquellos tiempos la curiosidad no bastaba para organizar una costosa expedición que desvelara su altitud, sin embargo durante el siglo XVIII, por motivos políticos y cartográficos, Francia organizó varias expediciones científicas a Canarias que culminaron con la determinación de la altitud del Teide y la confección del primer mapa preciso de Canarias.

Historia
A lo largo de los siglos el Teide ha sido mencionado y admirado por diversas culturas y en diferentes épocas como elemento centralizador y simbólico de la isla de Tenerife y del resto del archipiélago.


Época y mitología guanche

El Teide era un volcán considerado sagrado desde la antigüedad y que tenía reminiscencias mitológicas, como el monte Olimpo en Grecia. Para los aborígenes guanches este volcán era sagrado y recibía el nombre de «Echeyde» que, después de una castellanización, derivó en el nombre actual, que significaba «infierno».
Según sus creencias en él vivía Guayota, el demonio del mal. Según la leyenda, Guayota secuestró al dios Magec (dios de la luz y el sol), y lo llevó consigo al interior del Teide, sumiendo a todo el mundo en la oscuridad. Los guanches pidieron clemencia a Achamán, su dios supremo. Tras una encarnizada lucha, Achamán consiguió derrotar a Guayota, sacar a Magec de las entrañas de Echeyde y taponar el cráter con Guayota en su interior. Dicen que el tapón que puso Achamán es el llamado Pan de Azúcar, el último cono, de color blanquecino, que corona el Teide.
El Teide se recubrió de un carácter demoníaco en la cosmogonía guanche no solo de la isla de Tenerife, sino del resto del archipiélago. Según el actual escritor Antonio Tejera Gaspar, existen determinadas manifestaciones religiosas en La Gomera, El Hierro, La Palma y Gran Canaria que tienen como referencia al Teide. Por otro lado, algunos de los grabados rupestres conocidos como podomorfos (con forma de pies humanos) hallados en la montaña de Tindaya en la isla de Fuerteventura, están orientados hacia el Teide.

A pesar de las diversas leyendas y supersticiones, los aborígenes guanches convivieron con el Teide y se convirtió en parte inseparable y fundamental de su cultura. El demonio Guayota comparte rasgos similares a otras deidades malignas habitantes de volcanes, tal es el caso de la diosa Pelé de la Mitología hawaiana, que vivía en el volcán Kīlauea y que era considerada por los nativos hawaianos como la responsable de las erupciones del volcán.

Antigüedad clásica

Puesto que las islas eran conocidas desde la antigüedad, el Teide despertó una viva fascinación en el mundo clásico. El escritor e historiador español José de Viera y Clavijo afirmaba que ciertas descripciones de algunos autores clásicos constituían referencias explícitas al Teide. Pone como ejemplo dos relatos del historiador griego Heródoto: «...El Atlante es descollado y como figura cilíndrica. Se afirma que es tan alto que no se puede ver su cumbre por estar cubierto siempre de nubes en el invierno y en el verano, y sus habitantes le llaman la Columna del Cielo...» El otro relato de Heródoto dice así; «...Hay en aquellos mares un monte llamado Atlante, el cual es alto, rotundo y tan eminente, que no se puede divisar bien su cumbre...» El legendario héroe griego Ulises, navegando hacia el sur, avista «un monte oscuro por la distancia, tan alto como no había visto nunca otro», esta es otra de las referencias que muchos investigadores atribuyen al Teide.

Plinio el Viejo, escritor romano que vivió entre los años 24 y 79 del siglo I, en su obra Naturalis Historia menciona la nieve que vieron los enviados del rey Juba II a las islas: «...Ninguaria recubierta de nubes que recibió este nombre por sus nieves perpetuas...»
En el siglo I d. C. el astrónomo, matemático y geógrafo de Alejandría Claudio Ptolomeo escribió Geografía, obra en la que sitúa el meridiano en el extremo occidental del mundo conocido (Canarias). Dicha obra sería decisiva para los primeros navegantes portugueses y castellanos hacia el sur. Sin embargo, ese primer contacto estaba lleno de recelos, en consonancia con el terror y la superstición que se tenía de las montañas en aquella época.

Durante el Renacimiento muchos historiadores y aventureros comienzan a identificar y relacionar a las islas atlánticas con los restos de la Atlántida y al Teide con el monte Atlas. Fray Bartolomé de las Casas fue el primero en relacionar las Islas Canarias con los restos de la isla de Atlantis descrita por Platón en sus diálogos Timeo y Critias.
También el propio José de Viera y Clavijo se inclinaba por esta posibilidad escribiendo: «...Las Canarias fueron en otro tiempo una península del África; que por efectos de diluvio de Noé se formó de esta península la famosa Atlántida de Platón; que, destruida después la Atlántida, sólo quedaron la eminencias de sus montes más elevados que son nuestras islas...»
Pero quién más contribuyó a identificar al Archipiélago Canario con el continente sumergido, y al Teide con el monte Atlas, sería un escritor catalán, Jacinto Verdaguer, en su gran poema épico La Atlántida (1877).


Edad Media

Durante la Baja Edad Media los primeros europeos comienzan la penetración marítima en el océano Atlántico, durante este tiempo el Teide fue la primera señal que les ayudó a navegar por el océano. Se sabe que un profundo temor se apoderó de los viajeros italianos llamados Angelino Corbizzi y Niccoloso da Recco en 1341 cuando al dar la vuelta a la isla de Tenerife y al observar que veían por todas partes el Teide dominando el paisaje no se atrevieron a desembarcar por el temor que les producía. El texto de los dos italianos fue redactado por otra de las figuras más grandes de la literatura renacentista universal, Giovanni Boccaccio.

El texto en cuestión dice así: "...También encontraron otra isla en la que no quisieron desembarcar porque en ella ocurría cierta maravilla. Dicen que allí existe un monte que, según sus cálculos, tiene treinta millas, o aún más, de altura, que se ve desde muy lejos y en cuya cima se divisa cierta blancura. [...] Dieron la vuelta a la isla y por toda parte observaron lo mismo por lo que consideraron que estaban en presencia de un encantamiento y no tuvieron valor de descender a tierra..."
Un navegante veneciano al servicio de la Corona Portuguesa, llamado Alvise Cadamosto nos aporta un relato más realista de Tenerife y del Teide en 1445: "...Debo hacer mención especial de Tenerife, que es la más poblada y una de las islas más altas del mundo, pues con un tiempo claro se la divisa de una enorme distancia; y marineros dignos de fe aseguran haberla visto, en su opinión, desde sesenta y setenta millas españolas, pues en medio de ella hay un pico, en forma de diamante, que es altísimo y que arde continuamente..."

El Almirante Cristóbal Colón durante su travesía por Canarias la noche del 24 de agosto de 1492, antes de partir hacia América, escribió en su cuaderno de bitácora: "...El Almirante resolvió a 23 de agosto volver con sus dos barcos a Gran Canaria. Zarpó al día siguiente y pasó aquella noche cerca de Tenerife, de cuya cumbre, que es altísima, se veían salir grandísimas llamaradas de lo que maravillándose su gente les dio a entender el fundamento y la causa de tal fuego, aduciendo al respecto el ejemplo del monte Etna en Sicilia, y de otros muchos montes, donde se veía lo mismo...".
Las técnicas del Carbono 14, una cartografía geológica y un análisis de los textos históricos han demostrado que la referencia del almirante corresponde a la erupción del volcán de Boca Cangrejo, siendo ésta la quinta erupción histórica de Tenerife.


Renacimiento

Existen varias referencias explícitas o implícitas al Teide durante el Renacimiento y la época de la conquista de Canarias. Dante Alighieri en el canto XXVI del Infierno de su Divina Comedia, describe el Purgatorio como un montaña escalonada por cornisas que rodean todo el monte, y en la meseta que lo corona se encuentra el paraíso terrenal: "...una montagna, bruna per la distanza, e parve mi alta tanto quanto veduta non avea alcuna..." (vers. 133-135). La mayoría de los investigadores creen que Dante tomó como referencia la imagen del Teide para situar el Purgatorio.
El religioso fray Alonso de Espinosa escribe: "...A la cual [Tenerife] los antiguos llamaron Nivaria por un alto monte que en medio de ella está, llamado Teide, que por su gran altura casi todo el año tiene nieve. Vese este pico de Teide de más de sesenta leguas a la mar, y desde él se divisan todas las demás islas..." Este autor es el que nos trasmite la creencia guanche de situar al demonio en el Teide: "...Con todo esto conocían haber infierno, y tenían para sí que estaba el pico de Teide, y así llamaban al infierno Echeyde, y al demonio Guayota..." Esa misma referencia se encuentra posteriormente en el texto de Juan de Abreu Galindo de 1632: "...A esta isla de Tenerife llaman algunos la isla del infierno, porque hubo en ella muchos fuegos de piedra de azufre, y por el pico de Teide, que echa mucho fuego de si..."
Girolamo Benzoni en su "Historia del Nuevo Mundo" señala: "...en Tenerife hay una montaña, llamada Pico de Teide, que está casi todo el año cubierta de nieve, y que constituye la primera señal que los mercaderes ven cuando van a estas islas..."
Pero la primera reseña directa que tenemos del Teide la aporta el mercader inglés Thomas Nichols, que arribó a Tenerife como factor en el comercio del azúcar y publicó en 1583 un libro de viajes en el que incluye una "Descripción de las Islas Afortunadas": "...Esta isla tiene 17 leguas de largo, y la tierra es alta, de igual forma que la cumbre de los terrenos de cultivos en ciertas partes de Inglaterra; en medio de esta región se halla una montaña redonda llamada Pico de Teide, situada de este modo: La cumbre del Pico hasta lo alto en línea recta 15 leguas y más, que son 45 millas inglesas; de ella salen a menudo fuego y cenizas, y puede tener media milla de circuito. Dicha cumbre tiene la forma o un aspecto de un caldero. En dos millas alrededor de la cumbre sólo se hallan cenizas y piedra pómez; y por debajo de estas dos millas está la zona fría, cubierta de nieve todo el año..."

George Fernner, un viajero inglés que salió el 10 de diciembre de 1566 del puerto de Plymouth rumbo a Guinea y a las Islas de Cabo Verde y que visitó Tenerife el día 28 del mismo mes se refirió a la montaña diciendo: "...Nadie había subido hasta su cima..." Por su imponente altitud se empieza a considerar a la montaña durante los primeros años de la navegación atlántica hacia el sur (XV-XVII) como la montaña más alta del mundo. Es en esta época cuando los descubrimientos de nuevas tierras empezaban a ser cartografiados, destacando las cadenas montañosas. En este momento es cuando el Teide comienza a ser representado, aunque los cartógrafos se basaban generalmente en relatos de los marineros y comerciantes a su regreso de sus travesías. Esta razón de mitificación del volcán motivó que el Teide fuese considerado durante esta época como la montaña más alta del mundo, probablemente esta consideración se originó en la iconografía renacentista y barroca en una forma de representación muy singular, como "una montaña picuda en forma de diamante que está siempre ardiendo".
Esta forma de representar al Teide como una roca elevada fue bastante difundida en los siglos XVI y XVII, y figuró como grabado en la ilustración de algunos de los libros de viajes y geografía más populares de la época, como en el de John Ogilby, África (1670) o el de Oliver Dapper, Nueva descripción de las islas de África (1676), a quién se le atribuye la autoría de uno de los varios modelos que circularon por Holanda, Inglaterra e Italia.

El ingeniero cremonés Leonardo Torriani en su manuscrito del siglo XVI "Descripción de las Islas Canarias" asegura; "...este famosísimo Pico es célebre por su grandísima altura, que decriben los marineros de 440 millas en el mar, que son 70 leguas en España; por lo cual se cree que no cede ni al Ararat, ni al Líbano, al Atos y al Olimpo, sino que a todos los rebasa..."
El clérigo y poeta inglés John Donne en su poema "The First Anniversary, An Anatomy of the World" (1611) dijo del Teide; "...se encuentra tan alto que quizás la Luna viajera podría chocar..."
A Torriani le debemos la primera cartografía individualizada de las islas y una gran cantidad de gráficos y dibujos que han convertido su obra en un pilar fundamental de la historiografía canaria. En su narración de su ascenso al Teide se refleja su preocupación por comprender el volcán. Al igual que Thomas Nichols inicia su descripción de Tenerife por el Teide: "...En aquella altura es excesiva la humedad, que apremia de tal modo la cabeza, que considero (por aquello que yo mismo experimenté), que nadie podría vivir allí veinticuatro horas. El pan fresco y otros alimentos que se suben arriba, en el acto se ponen tan duros como piedras; y he visto algunos campesinos que, para poderlos comer, ponían el pan para ablandarlo, en los agujeros del fuego, que son en número infinito en aquella llanura, y también en la parte de fuera, en dirección del Levante. En esta altura la tierra es pastosa y blanda, y de tal naturaleza que, sin darse uno cuenta, enciende los trajes, si se le acerca demasiado; y en las partes más secas, teniendo un poco la mano allí, sale agua clara y caliente. Encima hay vientos muy fuertes y muy secos, sin ninguna humedad durante el mes de junio; de lo cual inferí que está en la parte más alta de la primera región del aire, donde las exhalaciones secas andan dando vuelta..."












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