La inquisición en Sevilla
La Inquisición ocupa en la historia española de los siglos
XVI y XVII, un lugar muy importante no sólo por su poder, sino por la mezcla de
terror y veneración que inspira su nombre y que hace que su presencia se deje
sentir constantemente en la vida ordinaria. La Inquisición era, en realidad,
una institución independiente de la Iglesia y respaldada por la Corona para
perseguir a los falsos cristianos y a los herejes.
Creada por los Reyes Católicos en su versión moderna,
comenzó a funcionar en Sevilla en el año 1481. Fue en Sevilla donde se
aprobaron las primeras reglas (1484) inquisitoriales ampliadas años más tarde
hasta integrar las llamadas Instrucciones Antiguas. Fue en Sevilla donde los
conversos, sin duda, desde el Cabildo, y como en otras partes, se opusieron a
la implantación del Tribunal. Fue un arzobispo de Sevilla, Pedro González de
Mendoza el verdadero fundador de la Inquisición Moderna y, desde entonces,
Sevilla contó con arzobispos-inquisidores generales. Todo ello porque era un
ciudad con notables minorías judeo-moriscas y un gran centro mercantil abierto
al tráfico de todas las naciones, por lo que era un lugar idóneo para la
presencia y difusión de ideologías no católicas, en particular la luterana.
El Tribunal del Santo Oficio inició su actuación teniendo
como sede el convento de San Pablo de los dominicos. La orden dominica,
jugándose su prestigio y tratando por todos los medios de aventajar a su más
próxima rival, la Orden Franciscana, no tuvo empacho en convertir su convento
en cárcel pasajera de los hombres y mujeres "más culpados" de la
herejía, al menos de los seis que inauguraron el quemadero de Tablada el 6 de
febrero de 1481. Allí fueron quemados seis hombres y mujeres en los llamados
"cuatro profetas", "cuatro grandes estatuas huecas de yeso...
dentro de las cuales metían vivos a los impenitentes para que muriesen a fuego
lento". En el auto predicó el dominico Fray Alonso, "celoso de la fe
de Jesucristo fue el que más procuró en Sevilla esta Inquisición". En el
segundo auto, que se celebró a finales de abril de 1481, se procesó al famoso
Pedro Fernández Benadeva, participante de la conjura de los conversos, en la
collación de San Juan de la Palma. Este caso se recordaría en las coplillas burlescas
de la chiquillería: "Benadeva, dezí el Credo / ¡Ax, que me quemo!",
narraba Sebastián Pinelo en 1569 -con 75 años- que oyó cantar siendo muchacho.
El convento de San Pablo se rodeó así de lúgubre fama,
acrecentada con el paso de los años. Según afirmó en 1612 el abad Gordillo, los
inquisidores "celebraban en su convento... los autos y ejemplares castigos
que en los herejes y tornadizos convenían que se hiciesen, y en su iglesia
ponían los sambenitos, y aun es fama constante que dentro de la cerca del mismo
convento hicieron sus cárceles y ejecutaban las penas de fuego que
imponían". Al profesor Juan Gil se le hace duro de creer que parte del
recinto dominico se hubiera convertido en mazmorra inquisitorial; la tradición,
descabellada a primera vista, queda avalada por la fuente anteriormente citada,
aunque ya se le atragantó a Ortiz de Zúñiga, que procuró maquillar en lo
posible una crueldad inaceptable ya para la sensibilidad de su tiempo.
Pero pronto tuvo que trasladarse al Castillo de Triana, a orillas
del Guadalquivir; aquí residió durante todo el siglo XVI aunque no todas las
dependencias del Tribunal radicaron en él, por ser pequeño dado el
extraordinario desarrollo que fue alcanzando en el transcurso del tiempo.
La composición del Tribunal en Sevilla durante esta época
fue de tres inquisidores, un fiscal, un juez de bienes confiscados, cuatro
secretarios, un receptor, un alguacil, un abogado del fisco, un alcaide de las
cárceles secretas, un notario de secreto, un contador, un escribano, un nuncio,
un portero, un alcaide de la cárcel perpetua, dos capellanes, seis consultores
teólogos y seis consultores juristas, más un médico. Además la Inquisición
disponía de la colaboración de los "familiares", que constituían una
especie de policía, a menudo fanática, y que disfrutaba de los privilegios de
escapar a la jurisdicción de los demás tribunales, estando autorizado a portar
armas.
Estas y otras ventajas provocaban roces y disputas con las
autoridades seculares, y a veces por motivos nimios. M.E. Perry cita un caso en
1637 en el que un funcionario de la Inquisición se negó a ayudar a unos jueces
que habían volcado su coche. Los jueces, molestos por esta actitud, le
impusieron una multa de 200 ducados, que la Inquisición se negó a pagar. El
Asistente mandó 50 soldados para confiscar bienes del Tribunal por el valor de
la multa. La Inquisición contestó excomulgando a seis oficiales de la justicia
que habían intervenido en el caso. Nueve días más tarde, sin embargo, llegó la
orden de Madrid de suspender la excomunión y de rebajar la multa a 50 ducados.
Sevilla siglo XVI |
El celo del Tribunal afectaba a herejes, bígamos, blasfemos,
usureros, sodomitas, brujos, hechiceros y clérigos acusados de deslices
sexuales. La condición de los condenados era muy variada, demostrando la
extensión y filtración de los conversos: alcalde de Olivares, jurado,
escribanos, alcalde ordinario, secretario del duque de Medina Sidonia,
religiosos, lombardero, cambiador, corredor de lonja, físico, curtidor,
vinatero, trapero, calero, toquero ... Únicamente se liberaban de su ámbito los
obispos y las órdenes religiosas sujetas directamente al papado. Sin embargo,
el Tribunal se esforzó por someter a frailes y ello originó múltiples
querellas, zanjadas sólo a principios del XVII en que triunfó la Inquisición.
Pero la labor esencial del Santo Oficio era la de perseguir
y juzgar a los falsos conversos. Los autos de fe que se celebraron en Sevilla
tuvieron lugar, primero en las gradas de la Catedral, y más tarde en la Plaza
de San Francisco, aunque la mayoría tuvieron lugar en la iglesia de Santa Ana,
además de la de San Marcos y en el convento de San Pablo. En todos estos
lugares acudía una gran multitud, que solía participar de una manera
enfervorizada en todo el complicado ceremonial que llevaban aparejados estos
actos. Famosos fueron los de 1546, en el que salieron condenadas 70 personas a
diversas penas, o el de 1560, por el que fueron condenados a la hoguera los
doctores Egidio y Constantino. En este siglo XVI, constan Autos de Fe en
Sevilla en los años 1524, 1546, 1559, 1560, 1562, 1570, 1571, 1573, 1574, 1575,
1578, 1579, 1580, 1586, 1592, 1596 y 1599.
Normalmente los autos eran anuales, (2) a celebrar antes o
después de la Cuaresma, aunque no siempre. Un auto costaba mucho dinero (en
112.500 maravedíes se calculó el valor de cada uno en Sevilla hacia 1600) y el
Tribunal siempre anduvo flaco de fondos, pues se nutría de multas y
confiscaciones. No obstante, un inquisidor podía cobrar de salario ordinario
100.000 maravedíes anuales, más, entre otras gabelas, 50.000 de ayuda de
costas. El médico percibía 50.000 maravedíes de salario. A estos había que
añadir las retribuciones de los pintores de corozas y efigies, el verdugo,...
En cuanto al Auto, condena y suplicio digamos que la condena
tenía lugar donde se celebraba el auto y el suplicio en otro sitio; los
primeros, que llegaron a tener carácter de fiesta y regocijo público, se
celebraron en las Gradas de la Catedral, el lugar más concurrido de la época.
El cadalso se colocaba a las espaldas del Sagrario Viejo y el tablado para los
convidados en los portales, "frente a donde se vendían las zapatillas".
El azote público solía celebrarse en la Puerta del Perdón y la hoguera en el
quemadero de Tablada. Éste de la hoguera, la mayoría de los relajados la
sufrieron en efigie, es decir, no en persona. Por ejemplo, es el caso de
Egidio, que murió en 1555, fue condenado en 1560, como hemos visto.
Una época de gran actividad fue la transcurrida desde 1481,
en que se instruyen los primeros procesos en Sevilla, hasta 1524, en que se
quemaron a más de 1.000 personas y otras 20.000 abjuraron. Estas impresionantes
cifras son citadas por el cronista Ortiz de Zúñiga, que las extrajo de una
placa que había en la puerta del castillo inquisitorial de Triana. Pero debemos
tener en cuenta que, considerando que la mayoría de los condenados lo eran en
efigie, la lápida quizá recogiese los reales y los muertos en figura.
El más importante de los celebrados en las Gradas fue el del
año 1546, que por iniciativa del Inquisidor don Fernando Valdés, tuvo
extraordinaria solemnidad. Salieron condenas en el auto setenta personas:
veintiuna para el quemadero, siete mujeres y catorce hombres; y condenados a
retractación y cárcel perpetua, dieciséis. La casa de uno de los reos se arrasó
y sembró de sal. En la ceremonia religiosa predicó Gonzalo de Millán,
administrador del Hospital del Cardenal. El auto fue larguísimo, pues empezó a
las diez de la mañana y terminó al anochecer.
Fuente; Universidad de Sevilla.
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