Contexto histórico previo a la vida de Alcaraván
El uno de noviembre del
año 1.700 fallecía Carlos II el Hechizado, tal y como lo llamaban sus irónicos
súbditos hispanos, sin descendencia que asumiese la corona. El último rey de la
Casa de los Austria convirtió la cuestión sucesoria en un grave asunto internacional.
Los gigantescos territorios de la monarquía española constituían un magnifico
tesoro y un más que tentador botín para las distintas dinastías y potencias de
Europa.
Entonces, el sucesor de la
corona hispánica nombrado por el infecundo Carlos, fue el francés Felipe de
Anjou, nieto del monarca francés Luis XIV. En febrero del 1.701, el de Anjou es
coronado en Madrid como rey de España y señor de todos los territorios del
imperio. Pero el destino se encontró en una encrucijada que marcaría los futuros
acontecimientos de la historia de la humanidad. A Luis XIV se le ocurre la
ingeniosa idea de mencionar que el monarca Felipe de Anjou, ahora rey de
España, también tiene la formidable opción de convertirse en el heredero de
Francia. Con sólo la ligera idea de que esto pudiese llegar a ocurrir, el nacimiento de un imparable e
inmenso imperio borbónico, el resto de potencias no tendrían ninguna opción en
el tablero del dominio mundial, quedando éste en manos de una misma corona. En
las cancillerías europeas los movimientos diplomáticos no cesaban. Con
Inglaterra a la cabeza sintiendo peligrar sus colonias americanas, junto al
imperio austriaco y a las Provincias Unidas, se formó la Gran Alianza de la
Haya con el único fin de impedir tal unión borbónica e imperial, y poner en el
trono de España al pretendiente Carlos de Austria. La guerra volvía a la vieja
Europa una vez más.
Doce años después de una
guerra sangrienta en vidas, y económicamente desastrosa para España, en la
contienda se pone un punto final donde los borbones se quedan con ambas
coronas, pero sin la opción de unir los tronos de Francia y España bajo una
sólo emperador.
Si hubo un vencedor en la
guerra, ésta fue la pérfida Albión; Gran Bretaña. Y si buscamos la nación que
se llevó la peor parte con el tratado de Utrecht, ahí nos encontramos con una
España que pierde con una rúbrica lo que costó siglos conquistar y mantener; le
obligan a ceder Flandes, Milán y el reino de Nápoles a Austria; otorga Cerdeña
a la casa de Saboya; y Gibraltar y la isla de Menorca pasan a las manos de la
corona Británica.
Con la llegada e
implantación de la casa de los borbones al Alcázar de Madrid, y la brecha
surgida entre una parte importante de la población española que decidió apoyar
al bando de los Austrias, llega también el germen de la ilustración seguido de
una ruptura social que se verá plasmada en la península como una huella
imborrable.
Hasta ese momento, aunque
el país anduviere dividido en clases muy definidas y marcadas, éste, tenía una
homogeneidad de sentimientos acordes y formas de vida compartidas por la nación
al completo; unidos todos férreamente en el respeto unánime por la iglesia
Católica, la pleitesía a Su Majestad el Rey, sentado en el trono por el
mismísimo Dios omnipotente, y en el orgullo de una tradición de hombres que
habían llevado a España a domeñar el mundo. Desde Cervantes a Lope de Vega;
desde el pícaro novelesco que ejercía de truhan en las plazas de Salamanca,
hasta los orgullosos hidalgos de
Sevilla; del prestigioso navegante guipuzcoano, surcador de todos los más
bravos océanos de la Tierra, al tinerfeño aventurero.
La alta alcurnia de España
comienza a adoptar unas nuevas doctrinas procedentes de más allá de los
Pirineos, que se contagia también desde la corte misma y que aconsejan
escudriñar cada una de las verdades consideradas hasta ese momento por todos
los españoles como absolutas e intocables; la
“Razón”.
La expansión vivida en la
Europa del siglo XV, en su constante exploración por abrir rutas y vías de
comunicación hacia el oriente circunnavegando África en la búsqueda de sedas,
esclavos, especias y metales preciosos, es el contexto en el que hay que situar
la conquista de Canarias para la corona de Castilla. El Archipiélago será a
partir de entonces una formidable base de vituallas para las naves que se
aventuran por dichas rutas, y para obtener, de ellas mismas, los recursos
demandados por los mercados europeos.
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