martes, 6 de octubre de 2015

La Europa de comienzos del siglo XVIII

Contexto histórico previo a la vida de Alcaraván


El uno de noviembre del año 1.700 fallecía Carlos II el Hechizado, tal y como lo llamaban sus irónicos súbditos hispanos, sin descendencia que asumiese la corona. El último rey de la Casa de los Austria convirtió la cuestión sucesoria en un grave asunto internacional. Los gigantescos territorios de la monarquía española constituían un magnifico tesoro y un más que tentador botín para las distintas dinastías y potencias de Europa.
Entonces, el sucesor de la corona hispánica nombrado por el infecundo Carlos, fue el francés Felipe de Anjou, nieto del monarca francés Luis XIV. En febrero del 1.701, el de Anjou es coronado en Madrid como rey de España y señor de todos los territorios del imperio. Pero el destino se encontró en una encrucijada que marcaría los futuros acontecimientos de la historia de la humanidad. A Luis XIV se le ocurre la ingeniosa idea de mencionar que el monarca Felipe de Anjou, ahora rey de España, también tiene la formidable opción de convertirse en el heredero de Francia. Con sólo la ligera idea de que esto pudiese llegar  a ocurrir, el nacimiento de un imparable e inmenso imperio borbónico, el resto de potencias no tendrían ninguna opción en el tablero del dominio mundial, quedando éste en manos de una misma corona. En las cancillerías europeas los movimientos diplomáticos no cesaban. Con Inglaterra a la cabeza sintiendo peligrar sus colonias americanas, junto al imperio austriaco y a las Provincias Unidas, se formó la Gran Alianza de la Haya con el único fin de impedir tal unión borbónica e imperial, y poner en el trono de España al pretendiente Carlos de Austria. La guerra volvía a la vieja Europa una vez más.
Doce años después de una guerra sangrienta en vidas, y económicamente desastrosa para España, en la contienda se pone un punto final donde los borbones se quedan con ambas coronas, pero sin la opción de unir los tronos de Francia y España bajo una sólo emperador. 
Si hubo un vencedor en la guerra, ésta fue la pérfida Albión; Gran Bretaña. Y si buscamos la nación que se llevó la peor parte con el tratado de Utrecht, ahí nos encontramos con una España que pierde con una rúbrica lo que costó siglos conquistar y mantener; le obligan a ceder Flandes, Milán y el reino de Nápoles a Austria; otorga Cerdeña a la casa de Saboya; y Gibraltar y la isla de Menorca pasan a las manos de la corona Británica.
Con la llegada e implantación de la casa de los borbones al Alcázar de Madrid, y la brecha surgida entre una parte importante de la población española que decidió apoyar al bando de los Austrias, llega también el germen de la ilustración seguido de una ruptura social que se verá plasmada en la península como una huella imborrable.
Hasta ese momento, aunque el país anduviere dividido en clases muy definidas y marcadas, éste, tenía una homogeneidad de sentimientos acordes y formas de vida compartidas por la nación al completo; unidos todos férreamente en el respeto unánime por la iglesia Católica, la pleitesía a Su Majestad el Rey, sentado en el trono por el mismísimo Dios omnipotente, y en el orgullo de una tradición de hombres que habían llevado a España a domeñar el mundo. Desde Cervantes a Lope de Vega; desde el pícaro novelesco que ejercía de truhan en las plazas de Salamanca, hasta los orgullosos  hidalgos de Sevilla; del prestigioso navegante guipuzcoano, surcador de todos los más bravos océanos de la Tierra, al tinerfeño aventurero.
La alta alcurnia de España comienza a adoptar unas nuevas doctrinas procedentes de más allá de los Pirineos, que se contagia también desde la corte misma y que aconsejan escudriñar cada una de las verdades consideradas hasta ese momento por todos los españoles como absolutas e intocables; la  “Razón”.
La expansión vivida en la Europa del siglo XV, en su constante exploración por abrir rutas y vías de comunicación hacia el oriente circunnavegando África en la búsqueda de sedas, esclavos, especias y metales preciosos, es el contexto en el que hay que situar la conquista de Canarias para la corona de Castilla. El Archipiélago será a partir de entonces una formidable base de vituallas para las naves que se aventuran por dichas rutas, y para obtener, de ellas mismas, los recursos demandados por los mercados europeos.



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